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DIOS TARDA PERO NO OLVIDA

Carlos Campos Vásquez

Esta venturosa frase bien podría ser pronunciada en alta voz ahora. Alberto Fujimori, ciudadano de ubicua nacionalidad y aciago ex presidente de los peruanos, por fin pisa suelo peruano extraditado por la justicia chilena.

El camino de retorno ha sido espinoso. Recordemos que cuando empezó ha desmoronarse el enclave mafioso que estructuró con Montesinos, salió del país para renunciar por fax (acto infame y vergonzoso) y asimilar su verdadera nacionalidad para blindarse: la japonesa.

Su mandato se caracterizó por dos aspectos bien definidos: Represión insana y corrupción sin parangón. En el primer aspecto conocidos son los crímenes selectivos de dirigentes, muerte y desaparición de estudiantes (La Cantuta y los de la Universidad del Centro, los más conocidos), asesinato de agentes del Servicio de Inteligencia que filtraron información, asesinato de sencillos ciudadanos (Barrios Altos, y otros por investigar). Todos ejecutados con un apéndice clandestino creado para tal fin, el Grupo Colina.

La corrupción fue otro de sus pilares para mantenerse en el poder. Venta fraudulenta de muchas empresas de los peruanos cuyos dineros se esfumaron en cuentas aún no descubiertas en su totalidad, tratos con el narcotráfico, compra de opositores y subasta de cargos claves. Toda una joyita. Para lograrlo reprimió, instaló un carnaval político e hizo del parlamento un circo de funesta recordación. Claro, no lo hizo sólo. Pero los mentores ya están juntos.

Será juzgado por siete cargos, dos por crímenes de lesa humanidad y cinco de corrupción. El riesgo que corremos ahora quienes esperamos una sanción ejemplar, que la famosa justicia peruano dilate el juicio y, Dios nos coja confesados, termine libre de polvo y paja y listo para repetirse el plato.