REFLEXIONANDO
EL SILBO
Amilcar Mestanza Bustamante
EL SILBO
Amilcar Mestanza Bustamante
¡Qué paso en el mundo!; ya ni los niños, ni los adultos, silban como lo hacían antes. Hace algunos años atrás, todo muchacho que quería hacerse notar, silbaba cualquier tonadilla; si lo hacía bien era el bacán del barrio o del pueblo, todo dependía del dominio que ejercía el entonante. Este arte de silbar lo aprendimos desde muy niños y luego seguíamos silbando por el resto de nuestras vidas. Lo hacíamos en toda ocasión: en el trabajo o en el descanso, en el triunfo o en el fracaso; aunque el momento más oportuno para silbar, era cuando nos invadía la alegría, o nos abatía el temor, la angustia o la tristeza. En esta última, es donde, especialmente, los trinos de los silbidos tremolaban en el viento; y, cuando nos invadía el temor de la soledad, el silbo ahuyentaba los fantasmas del miedo o reforzaba nuestro débil carácter; es que era, el fiel compañero que nos daba fortaleza.
Recuerdo, que cuando yo era púber y tenía algunas decepciones o tristezas que ensombrecían a mi alma (lo que hoy en día se llama depresión), acostumbraba a subir a lo más alto de un árbol que había muy cerca de mi casa en un terreno baldío; desde allí, sentado cómodamente en una gruesa rama, lanzaba mis chiflidos al viento como una oración a “Taita Dios”, ya que estaba muy cerca al cielo. Y cuando miraba hacía abajo, veía como el mundo se extendía por debajo de mis pies: Yo, me sentía grande y poderoso; mi silbo, llenaba todo el etéreo espacio del mundo y mi espíritu se expandía en él; mi diminuta materia, se regodeaba en su vanidad humana. También, desde allí, veía a las mujeres preparar la cena y poner la mesa cuando escuchaban el silbido de sus hombres, que volvían felices y contentos al hogar después de la dura jornada laboral. También veía, como las madres ponían atención para escuchar el silbido de sus hijos que aún estaban fuera de su casa, siendo ya la noche avanzada y tardaban en volver.
Yo no digo que el silbo mejore las ideas, ni mucho menos que engarcen nuestras relaciones sociales; pero, sí afirmo, que no es posible tener malos pensamientos cuando se tiene en la mente la música de una linda canción, y que silbando la melodía con entusiasmo, sentimiento y arte, se olvida todo lo malo.
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