ANGÉLICO PIRGAI
Blasco Núñez Carranza
No se convencía, el joven Angélico, sobre la conducta ambivalente de Bremilda Zarquita. “Cuando está gordita, baila conmigo, cuando le palabreo no dice que sí ni dice que no, pero no me grita, y cuando está flaquita, como más lo quiero, no quiere ni verme. Cuando lo sigo por arriba y le palabreo: mi corazón se queda estas cuestas, o: Bremildita te acompaño un trecho; me contesta: anda que te lamba la perra…” los familiares de Bremilda turnan su residencia de acuerdo a las necesidades agrícolas entra Patayacu y Tandalbamba, distantes a diez horas a caballo. En la fiesta carnavalesca de Patayacu vio a su adorada Bremilda, gorda de aspecto y la sacó a bailar una cashuita alrededor de la yunsa. Nadie podía estar más feliz que él. De noche, en la multitud festiva, vio a Bremilda un tanto flaquita e imaginó por el cambio de vestido. Al volver a escucharse la música, todo zalamero, se dirigió pañuelo en mano a sacarle e bailar de nuevo a Bremilda y esta vez obtuvo insultos y bofetadas. En su laberinto romántico, ideó después, tener por lo menos la imagen al alcance de la mano. Se valió de un primo de Zarquita para que la fotografiara al descuido, una foto de espalda cuando está gordita y otra foto de frente cuando está flaquita. El amigo, con jocosidad, cumplió el pedido. Celebrando el éxito con licor, pegó las fotografías y logró una imagen con más detalles de perfiles y contornos. La enmarcó con doble vidrio y lo ocultó en un cuadro del bandolero Eleodoro Benel que exhibía en la pared, frente a su dormitorio. En su soledad bajaba de continuo la imagen de Bremilda para adorarla. Con el propósito de tenerla más cerca la reliquia amorosa, hizo sacar una copia fotostática reducida e hizo legalizar en la Notaría Villavicencio de Chota y la portaba enmicada junto a su documento de identidad. Su ansiedad amorosa crecía como la malayerba. Decidió dar un ultimátum, como salga, en la fiesta patronal de Tandalbamba. Viajó. Y ni bien llegado a la plaza del pueblito le impactó la cruel y dual realidad. Se limpió bien los ojos y seguía alelado. Flor Bremilda estaba gordita y laquita al mismo tiempo y, para colmo, con público noviazgo. Al instante regresó a su tierra. En su casa, deprimido, bajó la imagen, la desenmarcó y trituró en sus manos. Confundido, se dijo: “Engulléndolo, ella estará cerca de mi corazón”. Sorbió agua de chungos o agua del olvido. Recuperado de la indigestión por el extraño bocado, días después reimaginaba que Flor Bremilda era una sola y con tono de resignación o buen deseo, deliraba: “Prefiero que sea feliz en otros brazos/ que desdichada en los míos”.
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