CAJAMARQUINO QUE NO NACIÓ EN CAJAMARCA
José López Coronado
Cajamarca no solo posee oro en sus profundidades. Su literatura es tan vital como sus fuentes naturales de agua por las que, con razón, el pueblo lucha unido para no verlas fantasmales e inservibles. Pero Cajamarca posee también ese otro oro verbal y agua palpitante que solo los poetas y escritores saben conjugar sin atentar contra el medio ambiente ni la vida.
Guillermo Manuel Torres Ruíz (1956) es uno de ellos. Porque nació en Casagrande, La libertad, y vive en Cajamarca desde su tierna infancia, él, sintiéndose andino hasta las entrañas, ha acuñado la frase explicativa: “Los cajamarquinos nacemos, pues, donde nos da la gana”. Poeta y escritor tan cajamarquino como lo son Manuel Ibáñez Rosaza, Miguel Garnett o Wilson Izquierdo Gonzáles, habiendo nacido ellos, como él, en otras latitudes, porque la literatura, y específicamente la poesía, no tienen fronteras.
La obra de Guillermo Torres Ruíz, poética y narrativa, es cuantiosa en títulos, publicados e inéditos. Le pertenecen los libros de poesía: Cadena de relámpagos, 1987, Entre un abecedario y una gaviota, 1987, Remendando la tarde, 2004, El regreso, 2004, Lenguaje de los espejos, 2006, Y se eclipsó la luz, 2008, Estaciones de amor, 2008, Como presagio de cenizas, 2009, Tatuaje de sombras, 2009, y Encima del espinazo del arco iris, es coautor también de los libros: Voces cercanas, 1991, Bajo los umbrales del tiempo, 1995 y Alas de cartón, 2002; en narrativa ha publicado: Como una ronda de espigas, 2010. Incluso, textos de algunas de estas obras han sido incluidas en el Plan Lector de algunas instituciones educativas de Cajamarca, lo cual nos hace afirmar que Guillermo Manuel Torres Ruíz es un poeta y escritor reconocido no solo en los círculos intelectuales nacionales e internacionales, sino también por una gran masa de lectores, principalmente estudiantiles de nuestra región.
Es fundador, además, de la Asociación de Poetas y Escritores de Cajamarca, e incansable promotor cultural. Su poesía ha sido premiada en la región y el país, como con el Premio Nacional de Educación Horacio, que otorga Derrama Magisterial. Y, con justicia, el IX Encuentro de Escritores Cajamarquinos, realizado en Cajamarca el año 2009, llevó justamente su nombre, homenaje en vida que hay que felicitar y agradecer a Cuervo Blanco Editores, en la persona de Manuel Rodríguez, que este año 2012 hará lo propio con Jorge Díaz Herrera.
¿Por qué entonces no se le ha mencionado en Poetas de Cajamarca (1986) o incluido en La prosa de los cajamarquinos (2011) que son las obras señeras en el género antológico de nuestra región? Acaso porque hacia 1986, se querrá justificar, Guillermo Torres Ruíz no había conquistado aún notoriedad, pero en estos últimos años es un escritor insoslayable en Cajamarca, además de ser un paradigmático recitador y exquisito bohemio. Y, por ello, la Municipalidad Provincial de Cajamarca le declaró Hijo Ilustre en 2003, ciudad a la que dentro suyo, siente así: “Eres tú Cajamarca, pétrea hermana/ la sierra verde y cantarina/ la sierra de mis tranquilas alboradas/ que yo venía en el celeste pintada”.
Por eso es colorado, ojos claros, bien hablado, más serrano que costeño. Desde que lo conocí, se ha mostrado franco desde el saludo afectuoso de su apretón de manos. Poeta y, sobre todo, buen amigo, desde el primer brindis de una tertulia nocturna (que concluyó una madrugada).
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