“Chota mía, lo que te da carácter
son tus hombres eficaces como tiro de fusil
y tus mujeres ágiles con ternura de torcaz”..

Anaximandro Vega M

1/11/2011

El breve narrar

EL CASTIGO PREMATURO
Eber Zárate Bustamante

La sequía que aquel año funesto se ensañó sobre la comarca fue abrasadora. Los campos, en un inicio lozanos, de un verdor apacible, pasaron pronto a un dorado intenso y se convirtieron luego en pampas baldías, sin rastros de hierba. Bajo estas circunstancias, la misión que papá nos había encomendado a mi hermano y a mí era de una complejidad casi quirúrgica: pastar una vaca.
 Todas las mañanas la sacábamos de su corral y emprendíamos un peregrinaje penosísimo: la pobre, en los puros huesos, con la mirada de hielo y sin nada más que cejas, arrastraba el hocico por sobre la tierra pelada; nosotros, tras ella, caminábamos muertos del aburrimiento. 
 Entonces nos dimos cuenta que más que pastarla nuestra misión estaba siendo impedir que lo hiciera. Y es que el único bocado digno que la desafortunada criatura podía comer una chacra de maíz agonizante debíamos mantenerlo fuera de su alcance. Papá no aceptaba aún que el sembrío estuviera perdido, y no sólo porque en él había invertido dinero y trabajo, sino principalmente porque represen taba la única esperanza de sobrevivencia para su prole (numerosa, por cierto).
Un día de esos, devorados por el tedio, nos sentamos cerca de donde “pastaba” la vaca y nos pusimos a jugar a las cartas. De rato en rato la echábamos de menos y cada vez nos parecía más impasible y desolada, incapaz de dar un paso por sí sola. Entonces nos abandonamos al juego; hicimos apuestas astronómicas imposibles de pagar, intentamos trucos ingeniosos, reímos a carcajadas… nos divertimos de lo lindo. Pero cuando levantamos otra vez la vista para cerciorarnos de su presencia, metódica, ligera, revitalizada, la vaca se estaba comiendo las últimas plantas de maíz.
 Corrimos como locos y la sacamos a pedradas de la chacra, borramos las huellas de sus pezuñas, tratamos de plantar algunos pedazos que se le habían es capado del hocico, escondimos hojas sueltas y, mientras nos ajetreábamos inútilmente en el intento de ocultar aquel perjuicio inocultable, una realidad comenzó a concretizarse, se hizo inminente ante nuestros ojos: nos esperaba una paliza memorable.
 Fue en ese momento que nos nació la idea. “Al toro por las astas”, nos dijimos y, del mismo modo que un equipo de fútbol realiza su pretemporada para soportar los rigores de un campeonato, nosotros hicimos lo propio. Desatamos las correas con las que sosteníamos los pantalones y nos intercambiamos tales azotes que pronto nuestras posaderas quedaron totalmente insensibles, anestesiadas.“Así”, lo habíamos planeado, “el castigo de papá nos sería como una caricia”.
 Cuando volvimos a casa, él nos esperaba sentado a la mesa. Llevaba una barba de tres días que le aparentaba un carácter mucho más hosco del que tenía en realidad. Lo vimos comer en silencio, mirándonos de reojo. Teníamos que decirle la verdad antes de que la descubriera, pues era innecesario prolongar nuestra angustia. Y se había llegado la hora. Pero cuando estábamos a punto de hacerlo, con las nalgas ferozmente aporreadas, listas para recibir lo que bien se habían ganado, papá, que había reparado en la necesidad de aquello, se adelantó para ordenarnos: 
 - Mañana dejan que la vaca se coma el maíz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si no cuentas con ninguna de las cuentas mostradas, marca anónimo, realiza tu comentario y al final escribe tu nombre.

GRUPO CULTURAL WAYRAK
31 AÑOS FORJANDO CULTURA