EL MENSAJE DE UN MAL PASO
Amílcar Mestanza Bustamante
Un sobrino mío, recién ordenado de sacerdote, regresó a su tierra; a él, le sugerí que hiciera una misa en el Penal de la ciudad, y en su sermón, con palabras sencillas, diera consuelo a los reclusos. Llegado el día, mi pariente ingresó por el viejo portón de la prisión y se encaminó al patio donde algunos feligreses habían improvisado un modesto altar, y lo hizo ante las atentas y torvas miradas de los internos. Yo me pregunté: ¿Qué va a decir a tan singular auditorio si él es un novato en el oficio?; sin embargo, me pareció ver que él ya no se había dado cuenta, que en ese lugar nada le valdrían sus aprendidas homilías, sus anécdotas morales, sus cantos y oraciones. Yo, angustiado por tan dura realidad, volví a preguntarme: ¿Qué va a decirles a estos seres que están fuera de la ley? El continuó su trayecto, sin darse cuenta del desnivel que había entre la acera y el patio, por ir con, los ojos semi cerrados, seguro haciendo una oración a Dios, para que le diera la oportunidad de hacerse entender el porqué de su visita; pero al dar el paso de ascenso, tropezó y cayó bruscamente al piso y los reclusos rompieron el gélido silencio con sonoras carcajadas. Entonces, el sacerdote se incorporó rápidamente con una mueca de triunfo en su rostro y pronto empezó su oratoria, diciendo: ¡Queridos hermanos!, por ustedes he venido a este lugar; para demostrarles que todo hombre puede caer en desgracia por cualquier circunstancia de la vida, como hace unos segundos he caído yo; sin embargo, se puede volver a levantar si en verdad uno lo desea. Los reclusos entendieron el mensaje y entre aplausos doblaron la cerviz en señal de arrepentimiento. Mi pariente cura también captó el encargo de su jefe, por eso siguió perorando.
DECISIÓN
Javier Lerena Castillo
El protagonista de El sueño del Pongo era un hombre pobre. Su amo, un señor acaudalado, pero un pobre hombre. En el sueño, indio y patrón habían muerto y desnudos comparecieron ante San Francisco, quien sopesó sus corazones. Luego ordenó que unos ángeles enmelaran al hacendado y apedrearan al pongo con excremento humano. La sentencia eternal: que se lamieran mutuamente. José María Arguedas, que acopió la historia real del habla quechua, quiso decirnos que los pobres lamerán miel en el cielo y los ricos, toda la mierda que hicieron. Decida el lector ahora del lado de quien hará su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si no cuentas con ninguna de las cuentas mostradas, marca anónimo, realiza tu comentario y al final escribe tu nombre.